Jugar para estar mejor en el hospital
¿A qué se puede jugar en un hospital? En un hospital se puede jugar a muchas cosas: a juegos médicos, con muñecas, títeres o marionetas, con payasos, con animales (aunque parezca extraño), a contar cuentos, con artes visuales, con música o a juegos digitales.
Como puedes ver en cada uno de los enlaces, disponemos de evidencias científicas que indican que estos juegos ayudan a los niños a pasar mejor los períodos de hospitalización y que avalan su uso para promover el bienestar de los niños en los hospitales. Así que jugar en el hospital es una cosa muy seria. Jugar es tan importante para todos los niños que está expresamente reconocido como un derecho por las organizaciones internacionales encargadas de la protección de la infancia. En el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas el juego se contempla como un derecho de los niños, junto con el descanso, el esparcimiento y las actividades recreativas propias de su edad. En la Carta Europea de los Niños Hospitalizados, y en la misma línea que la Convención, se afirma explícitamente el derecho de los niños hospitalizados a que, entre los servicios que reciben en los hospitales, se atiendan sus necesidades en materia educación y juegos, y a disponer, durante su permanencia en el hospital, de juguetes adecuados a su edad, de libros y de medios audiovisuales. El programa de los Hospitales Amigos de los Niños es una iniciativa planteada por la Organización Mundial de la Salud y UNICEF, que propone 12 estándares de cuidado y bienestar psicológico y emocional de los niños en los contextos sanitarios, todos ellos relacionados con artículos de la Convención de los Derechos de los Niños de Naciones Unidas (Southall et al., 2000). Entre estos estándares propuestos figura el que los niños puedan jugar y aprender mientras están en el hospital o en otras instituciones de cuidado de la salud. Facilitar que los niños puedan jugar mientras están hospitalizados es parte de un sistema de cuidados humanizados y atento a las necesidades psicológicas de los pacientes pediátricos a los que atiende. El juego es un derecho de los niños, pero también es una forma de promover su salud y bienestar. Jugando, como veremos, duele menos y los niños se recuperan mejor.
Jugar es esencial para el desarrollo porque el juego contribuye al bienestar cognitivo, físico, social y emocional de los niños y los jóvenes (Ginsburg, 2007). Al jugar, el niño se divierte, utiliza recursos cognitivos y emocionales, aprende a resolver situaciones, a controlarse a sí mismo, su cuerpo y su entorno. Jugar permite a los niños ir construyendo y consolidando el significado de su entorno personal y social, así como su propia identidad. El juego se considera un factor fundamental en el desarrollo integral del niño en las cuatro dimensiones básicas del mismo: el desarrollo psicomotor, el desarrollo cognitivo, el desarrollo social y el desarrollo afectivo-emocional.
La relación entre juego y salud en los niños es especialmente significativa, y la importancia del juego en el desarrollo saludable de los niños es un aspecto sobre el que se ha insistido también desde el ámbito profesional de la pediatría (Ginsburg, 2007). Para los propios niños “estar bueno” significa “poder jugar” (Robinson, 1987). Jugar para los niños es, en la práctica, sinónimo de bienestar y de salud. También, en cierta medida, lo es para sus padres, que tienden a sospechar problemas de salud cuando el niño no juega o disminuye su nivel de acostumbrado de actividad (Haiat, Bar-Mor, & Shochat, 2003). En los contextos sanitarios se han atribuido al juego funciones terapéuticas para reducir la ansiedad y el miedo, para mejorar las capacidades de enfrentamiento y dominio de los niños y sus sentimientos de control, para mejorar la cooperación y la comunicación con el personal sanitario y para aprender y proporcionar información (Bowmer, 2002; Jessee, 1992; Phillips, 1988; Vessey, Mahon & Mahon, 1990). En este sentido el juego debiera ser considerado como parte integral de los cuidados que han de recibir los niños en los contextos sanitarios, de la misma forma que lo son el mantenimiento adecuado de su nutrición o hidratación (Goldberger, 1988). A pesar de lo dicho, la investigación empírica sobre el juego en los contextos sanitarios no ha tenido un desarrollo excesivo. Esta situación responde a un desajuste entre los importantes avances en la investigación y los tratamientos médicos de las enfermedades infantiles, y la limitada atención que han recibido la experiencia psicológica de los niños y su calidad de vida durante y después de su enfermedad.
La idea de que los niños necesitan jugar en los hospitales y otros contextos de cuidado de la salud no es nueva. Diferentes organizaciones humanitarias han desarrollado, desde finales del siglo XIX, programas de apoyo a niños hospitalizados en los que el juego, los cuentos y actividades similares eran propuestas como sistemas de ayuda a los niños enfermos (Whitaker, Barbour, & Weldon, 2014). Lo novedoso es considerar el juego como parte esencial de los cuidados de salud de los niños. El papel del juego en el desarrollo cognitivo, emocional y social del niño está ampliamente reconocido como hemos dicho, y su incorporación en los planteamientos educativos en las escuelas está consolidado. Sin embargo, en los hospitales está escasamente incorporado como parte del sistema de cuidados pediátricos. Aún así, las evidencias disponibles, como veremos, apoyan su uso como estrategia privilegiada de cuidado de los niños en los hospitales.
La hospitalización de los niños y los eventos médicos asociados a ella (exámenes, pruebas diagnósticas, tratamientos, etc.) son una fuente de estrés considerable tanto para los pacientes como para su familia, como ya hemos señalado, y jugar puede ayudar a los niños a afrontar estas situaciones estresantes (Burns-Nader & Hernandez-Reif, 2016). Para los niños hospitalizados el juego puede ser una herramienta poderosa para reducir la tensión, el enfado, la frustración, el conflicto y la ansiedad (Bowmer, 2002; Haiat et al., 2003; Vessey, Mahon & Mahon, 1990), para mejorar sus capacidades de enfrentamiento y dominio y sus sentimientos de control, y para mejorar la cooperación y la comunicación con el personal sanitario (Jessee, 1992). El juego permite la expresión de sentimientos, el intercambio de roles y el control de materiales, conceptos y acciones. Estos aspectos pueden reducir el impacto negativo de la hospitalización en el niño (Bolig, 1990). Por esta razón el juego se considera un recurso fundamental para mejorar los efectos psicosociales negativos de la enfermedad y de la propia hospitalización, tanto desde la perspectiva preventiva como desde la terapéutica (Bolig, Yolton, & Nissen, 1991). Tras su revisión de la literatura sobre el efecto terapéutico del juego en niños hospitalizados, Rae y Sullivan (2005) concluyen que los programas de juego para niños hospitalizados se han mostrado eficaces en la reducción de la ansiedad y los miedos de los niños relacionados con el hospital, en la prevención de la ansiedad, en la mejora de la autoestima y en la reducción de conductas indicadoras de estrés. Pero estos autores insisten también en la necesidad de cambiar el enfoque de las investigaciones y pasar de una perspectiva descriptiva y anecdótica a otra metodológicamente más rigurosa. Esto permitiría mostrar la capacidad del juego para hacer menos atemorizante la experiencia de hospitalización a los niños, y convencer de la importancia de los programas de juego en hospitales a los responsables económicos y de gestión de las instituciones sanitarias.
El juego (Rae, Worchel, Upchurch, Sanner, & Daniel, 1989) puede ayudar a los niños a ganar control, expresar sentimientos de ansiedad, obtener información sobre los procedimientos del hospital, prepararse para eventos médicos y transformarlos de sufridores pasivos en agentes activos de su cuidado. Los programas efectivos de juego en el hospital deberían (Jun-Tai, 2008) aumentar la capacidad del niño para enfrentarse con la admisión en el hospital, facilitar los canales apropiados de comunicación entre el niño, la familia y los profesionales sanitarios, crear unas condiciones ambientales de reducción del estrés y la ansiedad, proporcionar al niño un modo de enfrentarse con el diagnóstico, la enfermedad y el tratamiento, y también de recuperar el control sobre la situación, reducir la regresión evolutiva que la hospitalización pudiera provocarle, promover su confianza, autoestima e independencia, ayudar en la evaluación y la diagnosis de la enfermedad, ofrecer al niño estrategias para enfrentarse y manejar el dolor y los procedimientos médicos invasivos, y preparar al niño y a la familia para los procedimientos médicos y quirúrgicos.
Varias investigaciones han señalado los potenciales beneficios del juego para el cuidado de los niños en los hospitales. Rae et al. (1989) realizaron un estudio diseñado para valorar el efecto sobre el ajuste psicosocial de niños hospitalizados de diferentes tipos de apoyo verbal y de juego, comparando cuatro niveles de intervención: a) cuidado estándar sin ninguna intervención especial, b) actividades de juego normales como puzzles, juegos de cartas, etc., c) discusión e información sin juego, y d) juego terapéutico, consistente en juego no dirigido que incluía una reflexión e interpretación de los sentimientos de los niños en relación con su experiencia en el hospital. Cuando se compararon los resultados de las cuatro condiciones, se observó que los pacientes que habían participado en las sesiones de juego terapéutico no dirigido centrado en el niño manifestaban una reducción significativa de los miedos autoreportados al hospital.
Los responsables de esta página llevaron a cabo un estudio titulado Con peluches duele menos con el objetivo de comprobar el efecto de un programa de promoción del juego en el hospital sobre el dolor postoperatorio pediátrico. La hipótesis de investigación (Ullán et al. 2014) fue que los niños manifestarían menos dolor si, a través del juego, se promovía su distracción durante el período postoperatorio, una vez que se recuperasen de la anestesia. Para comprobar esta hipótesis se realizó un ensayo aleatorizado paralelo con dos grupos, uno experimental y un grupo control. El grupo control no recibió ningún tratamiento específico, sino la atención habitual en el hospital. Los padres de los niños del grupo experimental recibieron instrucciones para que jugasen con sus hijos en el período postoperatorio y material de juego específico para hacerlo. El material de juego consistía en un conejo de trapo vestido como si fuera un doctor de unas medidas aproximadas de 50 cm X 30 cm. Los pacientes se asignaron al azar al grupo experimental o al grupo control. Se tomaron tres medidas del dolor de los niños con una hora de diferencia entre ellas utilizando la escala FLACC. La primera medida se tomaba una vez que los niños habían recuperado la consciencia tras la operación, y la segunda una hora después. La tercera medida se realizaba aproximadamente dos horas después de la primera. Si los niños estaban dormidos en el momento de tener que realizar una de las medidas se volvía a hacer otro intento media hora más tarde, y si volvían a estar dormidos se consideraban valores perdidos. Los resultados indicaron que, en las tres medidas de dolor realizadas, la media del grupo experimental fue más baja que la del grupo control. Los resultados apoyaron la hipótesis de investigación. Los niños del grupo experimental, cuyos padres habían recibido instrucciones para que jugasen con ellos en el período postoperatorio y material de juego específico para hacerlo, puntuaron en la escala de dolor por término medio más bajo que los niños del grupo control. Dos mecanismos relevantes, según los autores del trabajo, podrían explicar estos resultados. El primero tiene que ver con el efecto de la distracción sobre la percepción del dolor. El segundo estaría relacionado con el efecto del estado emocional en la percepción del dolor y con la transmisión de emociones entre los padres y los niños en los contextos de salud. El juego propuesto con el muñeco de trapo podría haber captado la atención de los niños en el período postoperatorio, lo que explicaría, al menos en parte, los resultados obtenidos. Además, el juego podría haber mejorado el estado emocional de los niños y de sus padres. La capacidad del juego para distraer a los niños y para mejorar su estado emocional podría explicar la menor puntuación en las escalas de dolor de los niños del grupo experimental. Jugar en el hospital, como vemos, puede ser muy importante para mejorar la calidad de la asistencia que se presta a los niños.
Referencias bibliográficas
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